“Lo otro no existe: tal es la fe racional, la incurable creencia de la razón humana. Identidad = realidad, como si, a fin de cuentas, todo hubiera de ser, absolutamente, uno y lo mismo. Pero lo otro no se deja de eliminar; subiste, persiste; es el hueso duro de roer en que la razón se deja los dientes. Abel Martín, con fe poética, no menos humana que la fe racional, creía en lo otro, en “La esencial Heterogeneidad del ser”, como si dijéramos en la incurable otredad que padece lo uno”. Antonio Machado en “El Laberinto de la Soledad” de Octavio Paz.
Es dentro de las costumbres colhuas en las que Marcos se desenvuelve, ya sus padres, quienes también danzan, le han enseñado principios básicos como el saber escuchar, hablar con la verdad y tener visión.
Con una mirada firme, pero a la vez pacífica, pintado de color negro y blanco, Topiltzin con el copil en la mano, maxtla roja y las identificables coyoleras, que suenan al danzar, explicó que se esfuerza para estar en armonía con los cuatro elementos, razón por la cual bailan descalzos, para entrar en contacto directo con la tierra.
Además del vestuario colhua, las perforaciones también forman parte importante dentro de la cosmovisión del indígena, y es que una expansión en la oreja representa que tanto se sabe escuchar, así como la del labio es hablar sin contradecir lo que se dice con lo que se hace, entre otras.
“La muerte nosotros no la veneramos como un dios, nosotros la respetamos porque vamos a morir, no somos eternos. Le damos un respeto como a la esencia de la vida (…) No nos reímos de ella, sino con ella porque vamos a ser parte de ella (se toca el brazo) porque uno tiene la muerte adentro”.