Texto: Karen Rojas Aguirre.
Por la calle de la 25 Poniente
viene caminando el señor Miguel Martínez Flores, poco a poco y con cuidado cruza
la calle hasta llegar a su lugar de trabajo. El reloj indica que son las 10:00
de la mañana y es hora de comenzar su jornada laboral.
Lleva un chaleco color crema, una
camisa a rayas y debajo otro chaleco verde para evitar que el frío acaricie su
dermis, la cual está marcada por arrugas propias de un sexagenario. Su pantalón
y zapatos negros dejan un espacio descubierto donde se aprecian sus talones
resecos por falta de cuidado.
Desde hace 40 años, Don Miguel se
desempeña como vendedor de periódicos y a diferencia de voceadores
establecidos, él sólo cuenta con una silla para colocar los diarios, un banco
para sentarse y una bolsa grande donde le dejan 25 ejemplares de “El Sol de
Puebla”.
Su horario es de lunes a sábado y
de 9:00 a 17:00 horas. Desde temprano, el señor Martínez Flores espera en el
paradero la Ruta 17, pero algunos choferes del transporte público pasan de
largo, no sólo porque se trata de un adulto mayor, sino porque es un hombre con
discapacidad motriz.
A él ese tipo de comportamientos
ya no le preocupan, pues asegura que esta rodeado de personas que lo aprecian.
Desde los inquilinos de la vecindad con los que comparte experiencias desde que
tenía 12 años, hasta los hombres y mujeres que laboran cerca de su área de
trabajo.
Don Miguel no tiene familiares,
pues su madre y su tía fallecieron hace varios años, él tiene que velar por su
bienestar. Sin embargo, todos sus vecinos le brindan ayuda, y procuran que no
le falte ropa, calzado o alimento.
El señor Martínez padece
hemiplejía, lo cual dificulta su capacidad motora del lado derecho. Además, de
pequeño padeció poliomielitis lo cual agudizó su dificultad para caminar, pues
argumenta que su pierna derecha es más corta que la izquierda, por lo que
necesita un bastón alto para desplazarse mejor, aunque no lo tiene.
Cabe resaltar que ninguna de las
dificultades físicas que él presenta le han impedido ser un hombre sociable. Él
saluda de buena manera a todos los que le brinden un “Buenos días”. Además, en
su trabajo aún conserva el ímpetu de gritar son todas sus fuerzas: “¡El Sol!,
¡El Sol!, ¡El Sol!”.
Sumando a eso, Don Miguel posee
una memoria sensacional, pues recuerda los nombres y apellidos de cada uno de
sus jefes y demás personas que lo han apoyado durante su vida.
El recuerdo más feliz que guarda
tiene como fecha el 8 de diciembre de 1972, día que comenzó a trabajar como
voceador del diario “El Sol de Puebla”.
En ese entonces, ganaba $3.00
pesos al día y trabajaba de lunes a sábado; con esa cantidad procuraba el
sustento para su madre, Doña Rosa Flores Sánchez y, su tía Guadalupe Velázquez
Sánchez.
Esa es su memoria más entrañable,
pues consiguió su independencia y demostró la capacidad que tiene para valerse por
sí mismo a pesar de las adversidades.
De pequeño jamás pisó un aula
escolar, pues su madre tenía temor de que los otros niños pudieran lastimarlo
al jugar, por lo que su tía se encargo de instruirlo y así fue como aprendió a
leer y escribir, además que sus pequeños vecinos le regalaban libros.
En la actualidad…
Es preciso mencionar que antes que desapareciera el periódico “La Voz”, ganaba hasta 150.00 pesos diarios. Incluso, él mencionó que por órdenes de Mario Vázquez Raña, dueño de la Organización Editorial Mexicana (OEM), se le aportaban 50.00 pesos más, por lo que su salario aumentaba a $200.00 pesos.
No obstante, en la actualidad el panorama es diferente. Es curioso que don Miguel no tenga una opinión negativa hacia el gobierno actual. De su boca no emanó ninguna crítica severa hacia el aún presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa, ni para el gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle. Por el contrario, afirmó que el ejecutivo del estado está trabajando arduamente en cuanto a obra pública e infraestructura, aunque ninguna autoridad estatal se ha acercado a él para brindarle apoyo.
En este mismo tema, a Don Miguel se le preguntó cuáles habían sido los sexenios que favorecieron más a México, y él respondió que aquellos que estuvieron encabezados por Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez, por lo que es posible afirmar que en él prevalece ese respeto que tenían las personas hace treinta años por quien ostentaba el mayor cargo público del país: el presidente.
Aunque Don Miguel Martínez es fuerte y no se quiebre fácilmente, existe algo que lo perturba desde hace mucho tiempo y se trata de un malestar que tiene en el pecho. “Siento como si tuviera un plástico” mismo que no lo deja respirar adecuadamente, por lo que debe permanecer en cama.
Aclaró que los vecinos han llevado a un médico para que lo revise, pero no le han dado un diagnóstico certero. Es posible que necesite una operación para extirparle aquel elemento ajeno a su sistema respiratorio que también le dificulta el habla.
El señor Miguel tiene dificultades para desplazarse, es difícil que acuda a las oficinas del Sistema Estatal DIF para solicitar protección, además no puede esperar tres horas haciendo fila, pues debe trabajar para procurarse lo esencial para vivir.
De acuerdo al último censo realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) el cinco por ciento de la población padece algún tipo de discapacidad visual, auditiva o motriz. Este porcentaje corresponde a un total de 5 millones 739 mil mexicanos discapacitados.
La discapacidad motriz de don Miguel Martínez, lo coloca dentro los 24 mil poblanos que padecen una discapacidad, de los cuales un 58 por ciento presentan una insuficiencia para caminar o mover alguna de sus extremidades.
Es preciso reconocer que el señor Miguel Martínez Flores jamás se ha sentado en una esquina para pedir limosna, a diferencia de otras personas que presentan cuadros médicos similares y optan por levantar la mano para pedir dinero, sin hacer absolutamente nada.
Es por ello que, con el aliento de sus vecinos y amigos, Don Miguel continuará viviendo para trabajar y trabajando para vivir, porque le agrada ser un hombre independiente, un sexagenario que continuará desgarrándose la garganta al vociferar cada mañana: “¡El Sol! ¡El Sol!”.
FOTOGALERÍA: Carlos Seoane
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